La sexta de Dvořák
Estamos en Bohemia, territorio del Imperio Austrohúngaro, durante la segunda mitad del siglo XIX. El romanticismo musical se ha apoderado del centro de Europa. La emoción ha substituído a la razón. Y así, triunfa la reivindicación de la subjetividad y la identidad propia. Antonín Dvořák, un romántico con raíces lejos de la Viena oficial y a la vez capital de la música universal, elige un camino propio. Quiere combinar la armonía y la sonoridad de Brahms o Wagner, los grandes románticos, con un hecho diferencial: el folclore propio, la música que marca su incipiente biografía. Las danzas eslavas le abren el camino de la composición y del teatro continental. Y la musicalidad de Moravia y de Bohemia empapan sus grandes obras. En la 'Sexta sinfonía' decide que ya está preparado para los escenarios más exigentes. Y llega a ningunear las cinco anteriores. Sus melodías desacomplejadas, pasionales y también con este homenaje consciente a la tradición checa. Dvořák hace la 'Sexta' para agradecer a la Filarmónica de Viena, y especialmente a su director principal, Hans Richter, haber interpretado sus primeras composiciones. Dvořák lo acaba estrenando lejos del epicentro musical vienés. Lo hace en Praga en 1881. Preludio de su viaje hacia nuevos mundos musicales fuera del continente. Y de una carrera hacia el reconocimiento mundial, pero sin renunciar nunca en la Viena más romántica ni, sobre todo, a sus propias raíces.
España, 2024